la mar y el jardín

En las noches como esta -noche presente de luna brillante- casi total; solo puedo escribir-le al mar, y con estos versos al agua, versos al mundo.
Soy realmente una animala, la autonomía de estar existiendo, de ser cuerpo sensible; creo en la transformación porque la experimento. Porque la vivo cada mañana, en cada danza; en cada entrada al mar, en cada ayuno que me permite explorar el aire. No sé a dónde me llevara esta danza de vida, de fertilidad despierta; esta danza de raíces ancestrales, ¿Qué caminos? ¿Por qué mundos me encontrare navegando despojada de la razón? ¿Qué mundos nuevos se abrirán y me recibirán como lo hace el mar?
Entro corriendo; entro siendo niña, mujer, hombre; vuelvo a ser un animal, quizás esta vez un animal de las aguas. El soporte siempre está ahí, recibiendo mi materialidad, dejándome jugar por horas, horas de tiempo construido en base a esta danza, a esta relación con la mar, el tiempo mar y mi tiempo.
La guitarra libera sonidos muy poderosos, los sonidos se apropian del espacio, se vuelven el espacio y ya no puedo renunciar a estos flujos inexplicables; a esta cadera reloj - este cuerpo caracol. Los sonidos me invaden muy amablemente, mis células resuenan; cada acorde me lleva hasta la muerte; no recordar mi nacimiento pero volver a nacer con cada sonido, con cada mañana; y volver a morir cada día.
Mis células respiran y mi sangre roja danza improvisando por todo mi cuerpo; respiro infinito liberando toxinas y vuelvo a encarnar el cuerpo del mar -estructura acuosa con movimientos fascinantes- respiro mar.

Hay una planta en mi jardín, una de las plantas más hermosas con las que he compartido; imagino que sus raíces son tan grandes como sus tantos brazos. Flores violetas la habitan tiñendo el pasto verde con abundantes pétalos. Ella nos acoge al cantar, nos abraza al sanar; nos cubre al amarnos como volcanes en explosión. La planta del jardín se ha vuelto centro de mi cuerpo, mi corazón palpitante, mi útero –ahora despierto- que guarda toda la información del mar; los ríos de sangre se vuelven la pintura más maravillosa con la que se han tenido estos largos dedos; pintura abono para la tierra – para la casa de la planta violeta, de este cuerpo animal. Siendo naturaleza, sustancia de cada acorde; leones por mi casa, lo que siento al amar. Las plantas compartiendo cielo con las estrellas, con los planetas, las manos de la mujer en la que nade nueve meses, las manos de tierra, manos de vida que sembraron el jardín, el jardín que amo.

Iara Aguilera

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