Necesitamos que tanto desde la prácticas visuales y escénicas como
desde las prácticas teóricas, encontremos modos de intervención que apunten a que
nuestros ojos puedan escapar al foco que dirige y controla su mirada y aprendan a
percibir todo aquello que cuestiona y escapa a las visibilidades consentidas. No se trata
hoy de pensar cómo hacer participar (al espectador, al ciudadano, al niño...) sino de
cómo implicarnos. La mirada involucrada ni es distante, ni está aislada en el consumo de
su pasividad. ¿Cómo pensarla?
Esta pregunta abre muchas vías de pensamiento y de experimentación. Tal como
anunciábamos, proponemos seguir una pista del arquitecto finlandés J.Pallasmaa, quien
en Los ojos de la piel apunta a la noción de visión periférica como base para repensar el
papel de la visión en el mundo contemporáneo. Dice Pallasmaa: “La visión enfocada nos
enfrenta con el mundo mientras que la periférica nos envuelve en la carne del mundo”.
Y añade:
“Liberado del deseo implícito de control y poder el del ojo, quizá sea precisamente en la
visión desenfocada de nuestro tiempo cuando el ojo será capaz de nuevo de abrir nuevos
campos de visión y de pensamiento. La pérdida de foco ocasionada por la corriente de
imágenes puede emancipar al ojo de su dominio patriarcal y dar lugar a una mirada
participativa y empática”
La visión periférica no es una visión de conjunto. No es la visión panorámica. No sintetiza
ni sobrevuela. Todo lo contrario: es la capacidad que tiene el ojo sensible para inscribir lo
que ve en un campo de visión que excede el objetivo focalizado. Fue descubierta como
propiedad de la retina a finales del XIX y lo que señaló fue precisamente la
heterogeneidad de sensibilidades que componen la visión humana. El ojo sensible ni aísla
ni totaliza. No va del todo a la parte o de la parte al todo. Lo que hace es relacionar lo
enfocado con lo no enfocado, lo nítido con lo vago, lo visible con lo invisible. Y lo hace en
movimiento, en un mundo que no está nunca del todo enfrente sino que le rodea.
La visión periférica es la de un ojo involucrado: involucrado en el cuerpo de quien mira e
involucrado en el mundo en el que se mueve. ¿Qué consecuencias tiene replantear
nuestra condición de espectadores del mundo desde ahí?
Eva Lootz, desde su práctica artística, relata con estas palabras poéticas las
implicaciones de la visión periférica:
“Y por mi parte, poco más.
Seguir mirando por el rabillo del ojo.
En la periferia del ojo se encienden fuegos nuevos.
Por las zonas fuera de foco entra lo que no tiene nombre.
En la periferia del ojo hay cuerpos suspendidos que desaparecen si los tratas de enfocar.
En el rabillo del ojo se ve lo que está a punto de aparecer.
En el rabillo del ojo es donde no hay centinelas.
En el rabillo del ojo es donde somos más vulnerables.
Desde el rabillo del ojo se renueva el mundo.”
Las imágenes del texto de Eva Lootz recogen lo esencial: la visión periférica rompe el
cerco de inmunidad del espectador contemporáneo, la distancia y el aislamiento que lo
protegen y que a la vez garantizan su control. En la periferia del ojo está nuestra
exposición al mundo: nuestra vulnerabilidad y nuestra implicación. La vulnerabilidad es
nuestra capacidad de ser afectados; la implicación es la condición de toda posibilidad de
intervención. En la visión periférica está, pues, la posibilidad de tocar y ser tocados por el
mundo.
Como dice Merleau-Ponty en sus textos sobre lo visible y lo invisible, “el que ve no
puede poseer lo visible si él mismo no está poseído por ello”. Quebrado el cerco de
inmunidad, los ojos del cuerpo penetran el mundo porque a la vez son penetrados por él:
en la periferia aparece lo que no hemos decidido ver o desaparece aquello que
perseguimos infructuosamente con el foco de la mirada. La periferia excede nuestra
voluntad de visión y de comprensión, a la vez que les da sentido porque las inscribe en
un tejido de relaciones. En la periferia, saber y no-saber, nitidez y desenfoque, presencia
y ausencia, luz y opacidad, imagen y tiempo, vidente y visible se dan la mano, se
entrelazan como las dos manos de mi cuerpo cuando se tocan entre sí, según la famosa
imagen de Merleau-Ponty. Así, en la periferia, la distancia no es contraria a la proximidad.
Se implican mutuamente. “Por la misma razón, estoy en corazón de lo visible y a la vez
lejos: esta razón es que es espeso y, por eso mismo, destinado a ser visto por un
cuerpo.”
Como decíamos, la visión periférica es la visión del cuerpo vulnerable, liberado de la
paranoia del control y de la inmunidad que aíslan habitualmente al espectador del mundo
contemporáneo. Para la visión capturada en la distancia y en la exigencia de focalización,
todo no-saber es percibido como una amenaza, como algo que aún no ha sido puesto
bajo control. Para la visión periférica, el no-saber es en cambio el indicio de lo que está
por hacer y de la necesidad de percibir el mundo con los otros. No podemos verlo todo,
aunque el mundo-imagen del capitalismo actual pretenda imponernos una idea de la
totalidad que nos sitúe como individuos-marca. Toda visión incorpora una sombra, toda
frontalidad implica una espalda que sólo otro podrá ver. Toda presencia implica un
recorrido que ha dejado otras visiones atrás, mientras que otras que no llegarán a ser
nunca vistas. Toda situación presente implica, por tanto, pliegues, nudos, márgenes y
articulaciones que ningún análisis focalizado podrá retener. En ellos se juega la
posibilidad de aprender a ver el mundo que hay entre nosotros. Un mundo común no es
una comunidad transparente, no implica la fusión del espectador en una colectividad de
presencias sin sombra. Hay mundo común donde aquello que yo no puedo ver involucra
la presencia de otro al que no puedo poseer. Entre nosotros, el mundo está poblado de
cosas, deseos, historias, palabras irreconciliables que no obstaculizan sino que
garantizan nuestro encuentro. Un mundo común es un tablero de juego lleno de
obstáculos en el que, paradójicamente, sí podemos cruzar la mirada. Pero para ello no
necesitamos estar frente a frente. Sólo necesitamos perseguir los ángulos ciegos en los
que encontraremos el rastro de lo que alguien ha dejado por hacer y precisa de nuestra
atención.
Visión periférica. Ojos para un mundo común
Marina Garcés
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